I. La sopa de letras
A un niño que se llamaba Javier no le gustaba la sopa de letras para comer.
Un día su madre se la puso y en vez de comerla estaba jugando con ella. Se divertía tanto, que cuanto más jugaba más se divertía, hasta que recordó que su madre le decía:
— Si te estás divirtiendo y crees que ha pasado poco tiempo es que ha pasado mucho tiempo.
Entonces, creyó que había pasado mucho, muchíiiiiiiiiiiiiísimo tiempo y comió tan de prisa que no le daba tiempo casi ni a respirar.
Desde entonces le gusta la sopa, y más la de letras.
Para cuando se aburriera, le compraron una sopa de letras de jugar. La madre de Javier no volvió a ver a javier aburrido o jugando con la comida.
II. Comunicarse con letras
Un día Javier se despertó muy callado y no decía nada. Cuando la madre lo vio le preguntó:
— ¿Qué te pasa, que estás tan callado?
Javier fue corriendo a por su sopa de letras de jugar y escribió la frase: «Me he quedado mudo».
La madre se rió y pensó «Menos mal que tiene una sopa de letras, mereció la pena que no le gustara la sopa de letras».