Relato de Adrián Martínez Martínez.
Érase una vez un castor llamado Iván. Un día Iván se fue a trabajar en un colegio afilando lápices; se puso a afilar un lápiz y no se dio cuenta de que se le movía un diente. Lo mordió y el diente se le cayó al suelo.
Érase una vez un castor llamado Iván. Un día Iván se fue a trabajar en un colegio afilando lápices; se puso a afilar un lápiz y no se dio cuenta de que se le movía un diente. Lo mordió y el diente se le cayó al suelo.
Iván, muy triste, se fue corriendo a su casa y pensó: «Si no trabajo, no tendré dinero y, si no tengo dinero, no podré pagar la casa y, si no tengo casa, ¿qué será de mí?»
Al día siguiente se fue al parque y dijo:
— ¿Qué haré? Si me creciese el diente podría seguir trabajando.
Se fue del parque al doctor y le preguntó:
— ¿Me puede decir cuántos días le quedan a mi diente para crecer?
— Mucho, ya que al caerte se te ha ido algo de raíz. Lo siento.
— No pasa nada —dijo el castor desilusionado.
Al volver al parque por la noche se encontró con un señor que le preguntó:
— ¿Cómo te llamas?
— Iván.
— Te veo algo desilusionado.
— Sí.
— ¿Por qué?
— Me he quedado sin trabajo porque se me ha caído el diente.
— ¿Por qué no pruebas con otro trabajo temporal?
— Buena idea.
Al cabo de una semana le volvió a crecer el diente.
Y colorín colorado este cuento se ha terminado.