Por Nuria Gontán Méndez
Había una vez, en un bosque, un caracol llamado Fernando.
Fernando envidiaba la agilidad de los caballos y la velocidad del viento, pues él era torpe y lento.
Un día decidió pedirle ayuda al búho del bosque porque era muy sabio. El búho le dijo:
— Si quieres ser ágil y veloz, debes quitarte tu cáscara.
Fernando le hizo caso y se la quitó.
Ya no envidiaba la agilidad de los caballos ni la velocidad del viento, pero echaba de menos lo calentito que se estaba en su cáscara, y un día que llovía y se empezó a mojar, decidió volver a su cáscara y no volver a quitársela nunca más.
Colorín, colorado, este cuanto se ha acabado.
Había una vez, en un bosque, un caracol llamado Fernando.
Fernando envidiaba la agilidad de los caballos y la velocidad del viento, pues él era torpe y lento.
Un día decidió pedirle ayuda al búho del bosque porque era muy sabio. El búho le dijo:
— Si quieres ser ágil y veloz, debes quitarte tu cáscara.
Fernando le hizo caso y se la quitó.
Ya no envidiaba la agilidad de los caballos ni la velocidad del viento, pero echaba de menos lo calentito que se estaba en su cáscara, y un día que llovía y se empezó a mojar, decidió volver a su cáscara y no volver a quitársela nunca más.
Colorín, colorado, este cuanto se ha acabado.